AMY
Por José Antonio Herrera Márquez
Por José Antonio Herrera Márquez
El joven Jonas había leído a
Descartes y a La Mettrie y, por ello, sabía que el ser humano no era más que
una máquina: la más perfecta de las máquinas, sí; pero una máquina al fin y al
cabo.
Este conocimiento era el
único que le hacía conservar un atisbo de esperanza. La única posibilidad de
enmendar aquella tragedia residía en que las teorías de los filósofos
mecanicistas fuesen correctas.
El ser humano es una máquina
tan perfecta –sostenía La Mettrie- que es capaz de darse cuerda a sí mismo. El
ser humano no era más que una especie de complicado mecanismo de relojería en
el que todo encajaba perfectamente, unas piezas con otras, en un sistema de
engranajes perfecto.
Estos conocimientos,
adquiridos por Jonas en sus viajes a Francia, le habían dado aquella idea. Su
amada Amy, la mujer de su vida, acababa de fallecer… Tan bella, tan joven…
Tenía que existir algún modo de arreglar aquello.
En esas divagaciones estaba
Jonas, mientras fumaba impulsivamente de su pipa y no paraba de dar vueltas a
la habitación, a la luz de una lámpara de gas, cuando le vinieron estas teorías
a la cabeza.
El joven Jonas era
aficionado a crear autómatas, así que corrió a su taller, revolvió en él
proyectos y piezas de autómatas, así como viejos mapas, y volvió a la
habitación, junto al cadáver de su amada Amy, cargado de todo tipo de piezas y
componentes: tubos, válvulas y ruedas de engranaje de los más diversos tamaños.
Sin pensarlo más, se puso
manos a la obra. Pasó varias horas trabajando sin descanso. Y, por fin, terminó
su tarea. Había sustituido partes del cuerpo de su amada por aquellos
mecanismos de válvulas y engranajes.
Si la teoría de La Mettrie
era acertada, aquello debía funcionar: tan sólo necesitaba un primer impulso, y
el cuerpo de Amy volvería a cobrar vida y podría seguir dándose cuerda a sí
misma.
Jonas dio cuerda al
mecanismo: los engranajes comenzaron a moverse, las válvulas expulsaron vapor,
y el cuerpo de su amada se movió. ¡Lo había conseguido! –pensó, entusiasmado.
Amy se levantó de la cama, y
él le habló; pero ella no le respondió: no le reconocía, no podía hablar. Jonas
lloró, viendo aquellos ojos sin vida. No parecía humana; no lo era.
Lo había conseguido, sí,
pero solo en parte. Aquella no era Amy. No había vida en ella, no había
humanidad en ella. No era más que una máquina: la más perfecta de las máquinas,
sí; pero una máquina al fin y al cabo.
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Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarBuenas, me parece bueno José Antonio. Desde luego me encanta este estilo de relatos, el mundo steampunk es apasionante. Felicidades y un beso.
ResponderEliminar¡Hola! Te sigo, ¿me sigues?
ResponderEliminarUn beso y mucha suerte con el blog.
Pagesbookss.blogspot.com.es